El viejo castillo se alzó, roca sobre roca, en lo más alto de inaccesible peñasco. Otero imponente desde donde gentes de Sancho III el Mayor de Navarra anhelaban el llano ocupado. Cuando el hielo se rinde a la primavera parece brotar agua de la piedra. Roca y agua en unión señalando el camino hacia la puerta del viejo castillo. Piedra viva junto a sillares trabajados. Pero la misma roca al fin que se doblega al tesón de este rey y sus descendientes. Aún es el año 1093.

sábado, 3 de octubre de 2009

El castillo, por Francisco Umbral, 1980


Estuve hace años viajando en grupo por el Pirineo de Huesca. Caímos, la hueste de escritores locos y pintoras delirantes, en el castillo de Loarre, que está enclavado en la roca viva. Vivimos allí una mañana eléctrica de tormenta primaveral y ruinas incendiadas. No había vuelto a Loarre y recordaba aquello como fuera del tiempo y al margen de mi vida.
Ahora he estado de nuevo por aquellas tierras y he pedido que me llevasen al castillo. Subimos en una tarde de otoño, roja y serena, fría y grande, y un viejo del campo nos decía que el castillo estaba cerrado. Llegamos allá, de todos modos, cuando el sol ponía una grandeza orfeónica en las ruinas y el incendio del crepúsculo salía por todas las ventanas. Estaba la vieja fortaleza presa de un andamiaje amarillo. Lo están construyendo todo por fuera y por dentro. La muralla y el castillo. Había un silencio de cumbres y portones cerrados. De pronto, en la ladera, la voz fina y labriega de un hombrecillo con un perro. Es el guarda del castillo, lleva aquí treinta años y se iba ya para casa, al pueblo de Loarre, hasta el día siguiente. Pero vuelve a subir el sendero, saca la enorme llave del portalón y entramos en la fortaleza. El perro, Toby, que debe estar hasta el rabo de visitantes curiosos y pedantes, se queda afuera, silencioso, mirando el crepúsculo. El castillo, por dentro, es una confusión de escaleras de piedra y corredores, de capillas y de cúpulas, de cuadras y ergástulas. Todo está en ruina y todo está en reparación. El hombrecillo enciende una cerilla en la sombra y se ilumina el siglo XII, una imagen románica. Enciende otra y se ilumina el siglo XVII, una imagen barroca. Oficio de tinieblas, el de este hombre, que nos va haciendo florecer en la oscuridad los rostros fijos de la Edad Media, los rostros cortosionados del Barroco. Lo explica todo con su voz de no saber otra cosa, y dice que la tierra es “muy secativa” y va de acá para allá.
Cuenta lo que ha aprendido de la Historia, pero ni siquiera eso queremos escuchar, sino su voz fresca de viejo aldeano, de niño milenario, y de respirar esta densidad de piedra y sombra, de tiempo y hueco. Loarre, una férrea corona para este cielo, y las almenas, y una ventana sola, vacía, en el aire, una ventana sin pared, que da al Este, para ver venir la noche.
- Estando claro, hasta allá se ve Francia.
Pero está oscuro, brumoso, lírico, y hay hierba en las almenas, sombra en lo profundo, soledad. De lo que fueran estancias, sólo queda arranque del arco, en lo alto, y un cielo desplomado. El crepúsculo, frente al castillo, es como la última batalla que desde aquí miraron. Este hombrecillo lleva muchos años paseando solo por las extensiones de la piedra, subiendo y bajando, en invierno y en verano. No ha enloquecido. Está sereno, y sonriente. La locura la llevamos con nosotros, la traemos, la locura viene, quizá, de la ciudad. Este hortelano de fantasmas, labrantín que no labra nada, ha dado en sereno de la noche de los tiempos, y mientas los otros vecinos de Loarre miran los surcos, él mira las estrellas desde las ventanas catastróficas de su castillo.
Sin literatura. Sencillamente. La roca queda engastada en la muralla como la joya en el oro. Loarre es un nombre recio, una armadura, una espada de letras. Suena como un mandoble. No son las alturas de Machupichu, éstas, pero son otras alturas a las que se remontó el hombre para hacer la guerra y el amor, para tocar el cielo con la mano, para templar su espada en las aguas rojas del crepúsculo. El viejo guarda, el guía, sigue encendiendo cerillas, y de su cerilla pobre, de cocina, surge un retablo fastuoso o una virgen antigua. El hombre, el guerrero, el que hace la historia, quiere dejar cosas fuertes, grandes, perdurables, duras, y lo que queda siempre de su pase estremecido por la vida, es un pequeño rastro, la dulzura de una cara, el color de un dibujo, la florecilla de un encaje.
Nada nos amedrenta hoy la ferocidad de Loarre. Lo más grande y militar no ha persistido. Está ruinoso y caído. En cambio, a la luz de la cerilla, las rosas de un retablo, los ojos de un niño, las mejillas de una virgen vuelven a ser vida y dulzura.
La débil perennidad del arte, sí, la callada paciencia de las cosas pequeñas. El guía tiene a la puerta un cajoncito con papeles, catálogos, cosas viejas. Volvemos al exterior. Se cierra el castillo con la llave de hierro, que es del tamaño de una trucha. Bajamos por el sendero. El perro nos espera echado. El coche tarda en arrancar. El guía se viene con nosotros y es el único que no se impacienta con la tardanza del motor. Sonríe entre las manzanas de sus pómulos. Espera. A él le daría lo mismo bajar andando. Es lo que iba a hacer cuando le encontramos. Por fin. Vamos bajando de la sobra a la sombra. Ya todo es noche y el castillo queda allá arriba, irreal otra vez, de pronto, para mí. Dejamos al viejo a la entrada del pueblo. Se va seguido de un perro, Toby, caminan despacio, cuesta arriba. El automóvil corre hacia la realidad, hacia el presente, entre la niebla del Pirineo y las luces de los escasos pueblos.
Algo tan real como un castillo, se toma irreal en cuanto uno lo abandona. Diría yo que hace otra vez mucho tiempo que no estoy en Loarre. En recuerdo de la visita de esta tarde se hace lejano por momentos. A mí que no soy historiador, ni erudito, ni arqueólogo, ni amigo de los castillos, ¿Qué es lo que me fascina de Loarre? Quizás, eso que buscaba Proust toda su vida “Un poco de tiempo en estado puro”.
Un poco de tiempo en estado puro. Tendré que volver otra vez a Loarre, y nunca sabré que es lo que busco allí. La rosa seca del vivir. La estructura seca del pasado. Un embalse de siglos. No sé. Kafka, en el castillo, buscaba el secreto, el poder, lo inexpugnable, el misterio. A mí, que no soy nada kafkiano, lo que me fascina de los castillos es lo abiertos que están, lo entregados, lo inertes, con el pasado al alcance de la mano. Todo un cinturón de piedra para guardar la castidad de una virgen románica de madera.

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BREVES APUNTES DE CINE Y LITERATURA EN TORNO AL CASTILLO DE LOARRE A LO LARGO DEL SIGLO XX


Son numerosas las publicaciones (guías turísticas, novelas y cuentos) que se han realizado sobre el Castillo de Loarre. Dos novelas (La doncella del castillo de Loarre, de Rafael Pérez y Pérez, en 1942, de corte romántico, y Monstruos de buenas esperanzas, de Nicholas Mosley, editada por Siruela en 2000) o el libro Historias de Loarre (escrito por varios autores aragoneses y editado por March Editor en 2005) son un botón de muestra. En 1919, Luis de la Figuera y Lezcano publicó El monumento Nacional: Castillo de Loarre, un libro de 26 páginas, editado en la imprenta Hermanos Salvador de Zaragoza. En 1957, Virgilio Valenzuela publica una guía turística de 83 páginas, a través del Instituto de Estudios Oscenses, bajo el título de El castillo de Loarre. Pocos años después, en 1963, la Asociación Española de Amigos del Castillo, le dedica varias páginas en el libro Castillos de España. En 1971, el archivero y canónigo Antonio Durán Gudiol, publica una guía del castillo en la Caja de Ahorros de Zaragoza, más de 70 páginas que incluyen planos y veintiocho fotografías del castillo. Años más tarde, en 1984, F.J. Bolea Aguarón publica una guía de 105 páginas bajo el título de El castillo de Loarre. La editorial Everest publica en 2004 su guía del castillo. Y por último, en 2005, José Antonio Martínez Prados edita El Castillo de Loarre. Historia constructiva y valoración artística y March Editor Castillo de Loarre, El reino del cielo, un libro fotográfico de bella factura con un apartado especial para el cine. Y es que el verdadero asedio que ha sufrido el castillo desde los años ochenta ha venido por el cine y la televisión. Es curioso que para más de tres meses de trabajo en la zona, saben a poco los once minutos de metraje y gloria que se le otorga al monumento en El reino de los cielos de Ridley Scottt. Orlando Bloom (El señor de los anillos, Piratas del Caribe…) y Liam Neeson (La lista de Schindler, Gangs of New York…) se batieron a muerte en estas tierras. Pero no era la primera vez que el cine se interesaba por el castillo. Loarre es un plató de primer orden que ha deslumbrado a numerosos directores de “ese espejo pintado, de ese invento del demonio” (Ettore Scola-Antonio Machado). Antonio Betancor rueda Valentina (1982) y 1919, Crónica del Alba (1983), película en dos partes basada en la novela Crónica del Alba del autor de Chalamera, Ramón J. Sender. Una hermosa historia de amor protagonizada por Jorge Sanz, Paloma Gómez, Anthony Quinn (haciendo inolvidable el papel de un mosén) e Eusebio Poncela en la primera parte, y Cristina Marsillach, Emma Suárez o Saturno Cerra, en la segunda. También, en 1983 Alfonso Ungría filmaba en esta fortaleza oscense La conquista de Albania, una película de corte histórico con Javier Elorriaga y Walter Vidarte. En 1989 Carlos Saura dirige La noche oscura, un drama protagonizado por Juan Diego, Fernando Guillen y Julie Delpy, localizado en el Monasterio de Veruela, Toledo, Madrid y Loarre. En 1991 Carlos Pérez Ferré dirigía en un film de aventuras a Jorge Sanz (un Jorge Sanz que ya no era el niño de Conan el Bárbaro ni de Valentina), Emma Suárez y Álvaro de Luna en Tramontana. Cuatro años después se rodaba El niño invisible, dirigida por Rafael Monleón para el público infantil. Charlton Heston, conocido actor y presidente de la asociación americana del rifle, estuvo en el castillo en 1989, rodando una serie de televisión para la BBC Británica sobre ópera en la que ejercía de narrador. Y por último Crusade, el gran proyecto de  Arnold Schwarzenegger y Paul Verhoeven, una superproducción hollywoodiense que nunca llegó a realizarse, en la que se invirtieron diez millones de dólares del año 94.
Oscar Sipán

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Óscar Casillas gana la IX edición del Premio Paulino Buchens de turismo


Óscar Casillas Porroche ha sido el ganador de la IX edición del Premio Paulino Buchens con el trabajo titulado «Plan de Márqueting para la viabilidad y explotación del poblado medieval de Loarre y la Comarca de Huesca». El galardón distingue el mejor proyecto o resolución de caso práctico presentado como trabajo final entre los participantes del Curso Práctico de Experto Universitario en Turismo y Márqueting que imparte la Universidad Nacional a Distancia (UNED).
Óscar Casillas Porroche destaca en su trabajo ganador del Premio Paulino Buchens que «el proyecto propone la reconstrucción del poblado medieval de Loarre en apartamentos de turismo rural, así como la creación de un espacio adaptado para la acampada, una tienda, un restaurante y todas las instalaciones para transformar la zona en un lugar ideal para pasar las vacaciones familiares, con actividades para mayores y niños. Dentro de la oferta turística, se potenciarían los talleres relacionados con el castillo y la vida medieval», explica en su trabajo.
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Siete maravillas del románico español


León, 23 sep (EFE).- La Fundación Santa Marina la Real ha presentado hoy en la Colegiata de San Isidoro de León el libro "Siete maravillas del románico español", que recoge los siete monumentos más importantes de este arte, tras el resultado de una votación en Internet, y donde expertos aportan sobre estos edificios una "visión renovada".

Las "siete maravillas" románicas que recoge el libro, por orden de votación, son la Colegiata de San Isidoro de León, la Catedral de Santiago de Compostela (A Coruña), la Catedral Vieja de Salamanca, San Juan de la Peña (Huesca), San Juan de Duero (Soria), Santo Domingo de Silos (Burgos) y el Castillo de Loarre (Huesca).
El coordinador de la publicación, Pedro Luis Huerta, ha explicado durante la presentación de la obra que se trata de un trabajo que pretende ir más allá de los estudios que hasta el momento se han realizado sobre estos edificios del románico español, y realizar una "puesta al día" artística e histórica.
A través de una página web, y sobre una lista de veinte construcciones del arte románico de España previamente seleccionada por estudiosos del arte, se realizó una votación popular que determinó cuáles son a ojos de los españoles las "Siete maravillas del románico español".
La Fundación Santa Marina la Real, asentada en Aguilar de Campoo (Palencia), encargó entonces a siete "prestigiosos" historiadores del arte un nuevo estudio sobre cada uno de los edificios, lo que dio lugar a la celebración de un ciclo de conferencias y a la publicación de este libro como labor "divulgativa".
Así, y en ese intento por aportar nuevos datos sobre cada uno de los monumentos, se ha presentado este libro en el que se recogen detalles nuevos como los aportados por el historiador Gerardo Boto sobre las pequeñas iglesias "subyacentes" que se fueron "superponiendo" hasta configurar la actual Colegiata de San Isidoro.
Otros ejemplos de esa visión renovadora son los estudios de Javier Martínez de Aguirre sobre San Juan de Duero y el vínculo de este templo con la orden de San Juan de Jerusalén y del Santo Sepulcro, o los nuevos datos cronológicos de Manuel Castiñeiras sobre los pórticos monumentales de la Catedral de Santiago.
"No es un libro más", ha comentado Huerta quien, además, ha explicado que se trata de una publicación que "ejemplifica la evolución" del románico español y le da una nueva visión de "actualización" de anteriores estudios sobre estos "monumentos del arte del mejor románico europeo".
"Siete maravillas del románico español", en el que ha colaborado la entidad financiera Cajamar, se encuentra ya a la venta en las librerías de todo el país a un precio de 22 euros.
Se han editado 1.500 ejemplares mediante los que se quiere "llegar a todo el público", según el coordinador de la publicación, más allá de tener como receptores de la obra a estudiosos y expertos en la historia del arte. EFE 1010869


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